Bienvenidos a este nuevo episodio de Camino en la Sucesión, un proyecto de CIVIC-ODM en el que recorremos juntos la historia de la sucesión apostólica desde San Pedro hasta los primeros Papas, mostrando cómo la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, ha mantenido fielmente el depósito de la fe.
Hoy nos detenemos en la figura de escena San Inocencio I, sucesor de San Anastasio I. Nos encontramos a inicios del siglo V, en el año 401 d.C., cuando el Imperio romano de Occidente empezaba a mostrar signos de declive, con invasiones bárbaras que amenazaban sus fronteras. En este escenario convulso, la Iglesia debía ser no solo faro de fe, sino también de unidad y esperanza. Es aquí donde entra en escena San Inocencio I, sucesor de San Anastasio I, cuya firmeza doctrinal y cercanía a los grandes Padres de la Iglesia marcaron un pontificado decisivo.
Como sucesor de Pedro, Inocencio I entendió su misión como garante universal de la doctrina recibida. Su voz no solo resonó en Occidente, sino también en Oriente, interviniendo en disputas y mostrando que Roma ejercía un papel de árbitro y de comunión entre las Iglesias.
San Inocencio I muestra que el Papado no se limitaba a Roma: su voz era escuchada en África y Oriente como garante de la ortodoxia. La relación con San Agustín es clave: Roma no inventaba doctrinas nuevas, sino que confirmaba la enseñanza recibida, enraizada en la Escritura y la Tradición.
El pontificado de Inocencio I demuestra cómo la sucesión apostólica se traduce en autoridad doctrinal universal. En tiempos de crisis política y doctrinal, el Papa fue voz de unidad, confirmando que la Iglesia vive no de fuerzas humanas, sino de la gracia de Cristo, que nos alcanza en los sacramentos