Bienvenidos a este nuevo episodio de Camino en la Sucesión, un proyecto de CIVIC-ODM en el que recorremos juntos la historia de la sucesión apostólica desde San Pedro hasta los primeros Papas, mostrando cómo la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, ha mantenido fielmente el depósito de la fe.
Hoy nos detenemos en la figura del Papa 42: San Bonifacio I (418–422 d.C.), para ver cómo consolidó la autoridad de Roma en medio de disputas internas y externas
En el año 418 d.C., tras la muerte de Zósimo, la Iglesia de Roma se ve envuelta en un conflicto interno: la elección del nuevo Papa dio lugar a un cisma. Mientras una parte del clero elegía a Bonifacio, otro grupo proclamaba a Eulalio como papa rival. En medio de esta crisis, el papel de Roma y su autoridad quedaban puestos a prueba.
Elegido por una parte significativa del clero y el pueblo, Bonifacio tuvo que defender su legitimidad frente a Eulalio. El conflicto llegó hasta el emperador Honorio, que inicialmente apoyó a Eulalio. Sin embargo, el orden y la paz eclesial se restablecieron cuando la mayoría del clero romano y las Iglesias de Occidente reconocieron a Bonifacio como el verdadero sucesor de Pedro.
El pontificado de Bonifacio I es un recordatorio de que las divisiones humanas, incluso dentro de la Iglesia, no destruyen la sucesión apostólica. La crisis del cisma de Eulalio terminó confirmando que la unidad solo puede encontrarse en el Papa legítimamente elegido y reconocido por la comunión de la Iglesia universal.
La promesa de Cristo sigue cumpliéndose:
“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18).
San Bonifacio I, a pesar de un inicio turbulento, consolidó su pontificado como signo de continuidad con Pedro. Su gobierno reafirmó que la Iglesia de Roma, aun en medio de crisis y presiones políticas, permanece como roca firme de unidad y de verdad.