Bienvenidos a este nuevo episodio de Camino en la Sucesión, un proyecto de CIVIC-ODM en el que recorremos juntos la historia de la sucesión apostólica desde San Pedro hasta los primeros Papas, mostrando cómo la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, ha mantenido fielmente el depósito de la fe.
Hoy nos detenemos con el Papa n.º 59: Juan II (533–535 d.C.).
🕰️ Contexto histórico
El pontificado de San Juan II, cuyo nombre de nacimiento fue Mercurio, se desarrolla durante el reinado del emperador Justinian I, uno de los monarcas más poderosos y cultos del Imperio Bizantino.
El Papa adoptó el nombre Juan —primer pontífice en hacerlo— precisamente para no llevar un nombre pagano en el trono de Pedro, signo de su deseo de santificar incluso los símbolos externos del ministerio apostólico.
El cristianismo, tras siglos de persecución y de cismas, gozaba de reconocimiento imperial, pero vivía un tiempo de tensiones doctrinales profundas: el monofisismo (que afirmaba una sola naturaleza en Cristo) aún agitaba las Iglesias de Oriente, y en Occidente persistían los efectos de la confusión teológica y disciplinaria dejada por los debates del siglo V.
⚖️ El conflicto con el monofisismo y el “Edicto de Justiniano”
El emperador Justiniano, movido por su deseo de unidad imperial y religiosa, publicó un “Edicto de fe” en el año 533, donde reafirmaba los decretos del Concilio de Calcedonia (451), pero lo hacía con expresiones que muchos obispos consideraron ambiguas.
El Papa Juan II recibió este documento con prudencia, solicitando aclaraciones sobre su ortodoxia.
La respuesta imperial fue más conciliadora, y gracias al discernimiento del Papa se logró preservar la fidelidad doctrinal al dogma de las dos naturalezas de Cristo: verdadera humanidad y verdadera divinidad, sin ruptura con Constantinopla.
El Papa actuó así como garante de la recta interpretación de Calcedonia, manteniendo el equilibrio entre la defensa de la fe y la búsqueda de unidad.
📜 Reafirmación del Primado Apostólico
Juan II reforzó la conciencia de que el Papa es juez supremo en materia de fe, conforme a la tradición petrina.
Esto se manifestó en su respuesta a un conflicto interno en la Iglesia africana: varios obispos habían apelado directamente a Roma para resolver una disputa disciplinaria.
El Papa les respondió recordando que toda apelación debía remitirse a la Sede de Pedro, citando las decisiones del Concilio de Sárdica (s. IV) y los precedentes de sus antecesores.
De este modo, consolidó la práctica del recurso universal a Roma, base de la comunión eclesial y garantía contra las divisiones locales.
✝️ Defensa de la fe y la disciplina
San Juan II enfrentó también una controversia interna en Roma provocada por Dióscoro, un diácono de origen alejandrino que, seducido por el pensamiento teológico griego, difundía ideas ambiguas sobre la Trinidad.
El Papa convocó a los clérigos romanos, examinó las enseñanzas y reafirmó solemnemente la fe niceno-constantinopolitana.
Su decreto concluye con estas palabras de profunda convicción apostólica:
“Nada debe añadirse ni quitarse a la fe que nos fue entregada por los Padres; lo que no brota de los Apóstoles, no pertenece a la Iglesia.”
🕊️ Vida espiritual y legado pastoral
San Juan II destacó por su humildad, su austeridad personal y su amor a la pureza doctrinal.
Restauró iglesias dañadas por el paso del tiempo y fomentó la veneración de las reliquias de los mártires romanos, viendo en ellos el testimonio vivo de la fidelidad inquebrantable a Cristo.
Su figura, aunque discreta, representa el puente entre la era patrística y la teología bizantina, asegurando la continuidad del depósito de la fe frente a las interpretaciones erróneas.
🕯️ Enseñanza apologética
El breve pero luminoso pontificado de Juan II nos recuerda que:
“La verdad que custodia el corazón de la Iglesia no es suya, sino de Aquel que la habita.”
📖 Reflexión para el oyente de hoy
Así como Juan II defendió la integridad del Evangelio en tiempos de confusión teológica, también nosotros estamos llamados a discernir la verdad entre muchas voces, apoyándonos en la tradición viva de la Iglesia y en la comunión con el Sucesor de Pedro.
El “Camino en la Sucesión” no es solo una línea histórica, sino una continuidad espiritual que asegura que la fe de los apóstoles sigue siendo la nuestra.