El liderazgo no es una posición, sino una vocación al servicio. Cada vez que guiamos con humildad, cada vez que elegimos el bien sobre la conveniencia, cada vez que priorizamos a las personas sobre los resultados, el Reino de Dios se hace presente entre nosotros.
Este camino no es fácil: exige desapego, discernimiento y una conversión constante del corazón. Pero también es fuente de una profunda alegría, porque en servir descubrimos nuestra verdadera identidad: hijos de un Padre que ama, líderes que sirven desde el Amor.