Bienvenidos a este nuevo episodio de Camino en la Sucesión, un proyecto de CIVIC-ODM en el que recorremos juntos la historia de la sucesión apostólica desde San Pedro hasta los primeros Papas, mostrando cómo la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, ha mantenido fielmente el depósito de la fe.
Hoy nos situamos en los últimos años del siglo IV. Tras el pontificado de San Siricio, que inauguró el género de las decretales, asciende al trono de Pedro San Anastasio I en el año 399 d.C.. Su pontificado fue breve —apenas dos años—, pero intenso en un contexto donde la Iglesia necesitaba claridad doctrinal y firmeza pastoral.
Como sucesor de Pedro, Anastasio asumió con valentía su papel de guardián de la doctrina apostólica. Fiel a la misión de confirmar a los hermanos en la fe (Lc 22,32), su pontificado fue una voz de discernimiento que ayudó a separar lo auténtico de lo dudoso.
San Anastasio I nos recuerda que la autoridad de la Iglesia no consiste en inventar doctrinas nuevas, sino en custodiar con fidelidad la enseñanza recibida de los Apóstoles. Su discernimiento frente a las interpretaciones erradas de Orígenes subraya que el Papado es garante de la fe íntegra, no un laboratorio de novedades.
Aunque breve, el pontificado de San Anastasio I dejó una huella clara: la Iglesia no puede dejarse llevar por doctrinas seductoras, sino que debe permanecer enraizada en la fe apostólica. Su cercanía con figuras como Jerónimo y Agustín muestra cómo la voz de Pedro en Roma era escuchada y valorada como fuente de unidad y de verdad en toda la cristiandad.