San Jerónimo nos dejó frases célebres como: “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”.
La Vulgata modeló el latín cristiano, influyó en la literatura y el arte, y formó a generaciones enteras de creyentes.
Gracias a ella, el pueblo pudo escuchar una Palabra comprensible y cercana en la liturgia.
San Dámaso I nos recuerda que el Papa no es solo guardián de la fe, sino también custodio de la Palabra escrita y promotor de la belleza litúrgica.
Su pontificado muestra la unión de tres dimensiones esenciales:
Doctrina (fe nicena)
Escritura (Vulgata)
Liturgia (uso del latín y culto a los mártires)
Gracias a él, la Iglesia se afianzó como una comunidad universal con una fe, una Escritura y una liturgia común, en continuidad con la misión de Pedro.
El episodio de Félix II recuerda que la Iglesia está siempre en tensión entre el poder del mundo y la fidelidad al Evangelio.
Aunque pueda haber divisiones o incluso antipapas, la promesa de Cristo a Pedro asegura que la Iglesia no pierde su legitimidad:
“Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y el poder del Hades no la derrotará” (Mt 16,18).
El episodio de Félix II recuerda que la Iglesia está siempre en tensión entre el poder del mundo y la fidelidad al Evangelio.
Aunque pueda haber divisiones o incluso antipapas, la promesa de Cristo a Pedro asegura que la Iglesia no pierde su legitimidad:
“Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y el poder del Hades no la derrotará” (Mt 16,18).
El Concilio de Constantinopla I selló lo que hoy llamamos la fe niceno-constantinopolitana, base de todas las confesiones cristianas ortodoxas y católicas.
El papel del Papa y de la Sede romana, aunque no estuvo presente físicamente, fue decisivo en la recepción y universalización del concilio.
El arrianismo nos recuerda que las herejías suelen ser simplificaciones atractivas de la verdad cristiana, pero que terminan debilitando el núcleo de la fe.
La Iglesia, en cambio, custodia el misterio aunque sea difícil, porque solo la verdad completa salva.